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Gestos

  • Foto del escritor: Diego Fernández Allende
    Diego Fernández Allende
  • 15 feb 2019
  • 2 Min. de lectura


María González es una mujer común, tan común como su esposo Juan Pérez. Ambos son una pareja normal en el sentido más conceptual de la palabra, los dos siguen las normas.

Todas las mañanas desayunan juntos, María es más habladora que Juan y le gusta repasar las tareas del día mientras mastican tostadas y toman mate amargo. A Juan mucho no le gusta, porque tarda un poco más de lo habitual en despertarse.

A él le gusta el fútbol, como a la mayoría de los hombres en este país. Además, se da “maña”, como él mismo dice, para hacer algunos arreglos caseros como por ejemplo destapar cañerías, cambiar las gomitas de las canillas que pierden y lavar el auto hasta dejarlo brillante como recién salido de fábrica.

A María en cambio le encanta la decoración. Tiene muy buen gusto, para ponerlo en palabras de Juan y de todas sus amigas. Todos piden consejos para decorar sus casas, patios y hasta los colores de los autos.

Juan fuera de su casa es mecánico y además es Bombero Voluntario de su pueblo. Cada vez que suena la sirena, el hombre se prepara para cambiar su mameluco engrasado por un mameluco anti flamas color amarillo. Con sus compañeros han salvado muchas vidas en incendios, accidentes viales o domésticos e incluso han conseguido frenar intentos de suicidios.

María es Médica y atiende con o sin obra social y con o sin dinero. Si no pueden pagarle, ella los atiende igual. María tiene en su corazón la convicción de que la salud es un derecho humano.

Juan y María son personas normales, y aunque no lo parezca ambos saben que salvar vidas no es su mayor talento.

Los dos comparten algo que los distingue y que los une. Algo que los hace grandes, aunque la humildad desayune con ellos. Su talento no es la coherencia total, puesto que ambos tienen grandes contradicciones.

Juan a veces reniega de tener que dejar todo por los demás y que los “demás” en ocasiones le hagan “desaires”.

María siente que algunos se aprovechan y no pagan pudiendo hacerlo.

Por las noches se van a dormir juntos a la misma hora y conversan largamente.

Duermen tranquilos con sus conciencias abrazadas, puesto que ambos y cada cual a su turno tienen el gran talento de calmar las ansiedades del otro y así dormir en plenitud.

Nadie lo sabe, pero ambos tienen el conmovedor talento de usar siempre, la palabra indicada.

Juan y María son personas normales que por las noches y en clandestinidad, se transforman en superhéroes de la palabra. El elixir del amor eterno.

FIN

 
 
 

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