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Dolina, Bolsonaro y el Darwinismo social

  • Foto del escritor: Diego Fernández Allende
    Diego Fernández Allende
  • 17 nov 2018
  • 3 Min. de lectura

Remontarnos al año 2011, para tratar de entender un fenómeno tan actual como lo ocurrido en Brasil hace unas semanas, podría parecer a priori un gravísimo error, y hasta casi una osadía periodística. Sobre todo en estos tiempos de inmediatez súbita y reflexión arbitraria. Sin embargo no puedo dejar de hacer una comparación, no menos arbitraria y caprichosa pero, en mis modestos alcances, un poco menos súbita.

En abril de ese año se sucedieron en la provincia de Salta (Argentina) las elecciones para gobernador que ganaría ampliamente Juan Manuel Urtubey, un obsecuente kirchnerista de primera fila devenido en pseudoperonista filomacrista. Luego de este suceso, fue el Senador “pino” Solanas quien comenzó un encendido debate acerca de la voluntad popular, al decir públicamente que: "Salta tiene una baja calidad de votos", y que era entendible que eligieran mal y en contra de lo que les conviene como pueblo.

Muchos fuimos los que aplaudimos de pié a Alejandro Dolina, cuando en el piso de “TVR” esbozó un ejercicio argumental magnifico, simple y lógico, si es que se me permite la expresión. “En la ciencia no hay comicios. Por ejemplo: los ángulos interiores de un triángulo suman 180 grados por más que toda una provincia se pronuncie en contra. No existe asamblea para decidir las verdades científicas. Sin embargo algunos creen que en la política hay una verdad científica previa y que los electorados aciertan o fallan. Es decir que las elecciones no son la expresión de la voluntad colectiva. Por lo tanto cuando el electorado no vota a la opción que sería “la acertada”, ¡caramba! se han equivocado. Han dicho que seis por nueve es treinta. El acierto en la democracia es la voluntad, de eso se trata”.

Ahora bien, pregunto a los sectores progresistas latinoamericanos ¿qué hacemos con Bolsonaro? Lo primero que se me ocurre es pensar que el axioma discursivo enunciado por Dolina se convirtió en sofisma. Es decir, pensar complacientemente que el argumento de la voluntad no es del todo correcto. Que las voluntades se manipulan y hasta incluso que la ciencia no devela verdades sino, más bien, que las construye. Me pregunto entonces, si este “extravío” de nuestros pueblos no responde más bien a la incapacidad propia, como espacio progresista de construir nuevas verdades. Verdades convincentes e irrevocables, construir hegemonía, como diría el propio Antonio Gramnsi, desde las sociedades de fomento

Me pregunto además si es posible que después de una década de políticas populares, inclusivas y necesarias, las mayorías absolutas, beneficiadas de forma directa les den la espalda con una indiferencia medular. ¿Dónde radica ese desprecio a la construcción colectiva? ¿Son las formas, es el fondo? Pienso si es posible que en algún momento, el Estado se escindiera de la sociedad civil a tal punto que las tensiones se transformaron en insoportables.

Leí, casi hasta el hartazgo, de sectores conservadores, que esto se trata de una reacción contra la corrupción de los populismos regionales. Y además no menor número de veces, de sectores progresistas, que el triunfo de Bolsonaro responde a la proscripción de Lula y a la manipulación mediática. Ambos argumentos me parecen escasos. Creo que se está cayendo en una especie de sinécdoque argumental. Es decir que se está tomando una parte por el todo y que el “todo” resulta hoy, casi incognoscible e indescifrable.

Es verdad que puede existir un componente fuerte de rechazo, pero creo este se refiere a la “clase política” y no al rumbo económico, o a la corrupción. Votar personajes anti política parece ser la reacción de los pueblos a la crisis de representación existente. El caso paradigmático es el de Trump. ¿Quién podría decir que el electorado norteamericano votó al racista e inescrupuloso Republicano solo por rechazo a la corrupción de Obama?

La verborragia soez de estos “nuevos líderes”, que no se autodenominan políticos y que desprecian, discursivamente, todos los mecanismos de la política tradicional, parece ser su principal característica. ¿La crisis de la “corrección política” a que responde?

Quizá en el florecer de las democracias lo “políticamente correcto” era coincidente con la opinión pública reinante o con las normas morales tacitas de convivencia. Pero en algún momento, eso empezó a cambiar, y la corrección política se independizó de las mayorías, forzando así, que el grueso de la población se adaptara a las políticas vanguardistas de elites intelectuales y progresistas. ¿Hoy las mayorías piden honestidad brutal? Como decía Artaud, “si el vulgo no entiende a Edipo Rey, la culpa es de Edipo Rey y no del vulgo”.

¿Qué huella nos ha dejado Darwin? ¿Cuántos de los que nos rodean, creen que esto es una selva y solo los más aptos sobreviven? ¿Cuán honda está en nuestras conciencias la creencia meritocrata, que muchos creímos desterrada? ¿Qué tan preparados estábamos para lo acontecido en los años precedentes? Los gobiernos populares que tanto celebramos, fueron ¿necesidad histórica? O ¿excepcionalidad histórica?

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