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Calesita sistémica

  • Foto del escritor: Diego Fernández Allende
    Diego Fernández Allende
  • 14 nov 2018
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 17 nov 2018

Villasistemia es un poblado pequeño pero en crecimiento constante. Su población no es algo fácil de establecer puesto que ningún censo está interesado en este rincón del planeta. Pocas personas saben de su existencia. Otras, lo saben, pero prefieren hacerse las que no.

Es lógico que esto pase, en Villasistemia ocurren cosas raras e inexplicables. La mayoría de sus pobladores no quieren habitarlo, están ahí solo por obligación, una obligación tan fuerte y densa como toda la energía del universo un microsegundo antes del Big Bang. Aunque claro, yo puedo decir esto porque lo veo desde afuera, sus habitantes jamás sabrán que fué el Big Bang.

Los pobladores de Villasistemia, en su gran mayoría, no leen. Los pocos que saben leer no tienen tiempo para hacerlo puesto que todos están abocados a una única e irrenunciable tarea. Tampoco existe la música, o mejor dicho, si existe, pero en su estadio más primitivo. Los que tímidamente la interpretan son pocos aunque gracias a ellos, los demás pobladores amansan sus ansiedades por salir de ahí. En este pueblo la música siempre es triste, no importa cuál sea el precario ritmo que interpreten.

En Villasistemia hay amor entre sus coterráneos aunque el resto del mundo los desprecie profundamente, a tal punto que en sus fronteras divisorias hay grandes paredones de odio, ignorancia y prejuicio.

Sus pobladores no tienen rostros y solo una máxima rige sus vidas: todo da igual. Da igual quien sea, porque todos son nadie. Da igual cuanto sea, porque siempre es nada. Da igual donde, porque donde es siempre aquí, da igual cuando porque cuando, es nunca.

En Villasistemia son supersticiosos y herejes, rezan a dios y al diablo pero nadie los saca de ahí. Sus plegarias no llegan a ningún altar.

Desde el pueblo no puede verse el cielo o el horizonte y me cuentan que los enfermos en su lecho de muerte solo piden una oportunidad más. Mueren murmurando a quienes los ven;

–Adelante, sigan adelante.-

Algunos se resignan y paradójicamente son ellos los que consiguen llevar una existencia más equilibrada entre lo que desean y lo que pueden conseguir, ya que en ambos casos es la misma cosa.

No hay casas, ni edificios, ni chozas, ni nada. Villasistemia es solo un espacio de suelo gris y cielo negro, día y noche es lo mismo. No hay relojes, porque el tiempo se mide en vidas.

En el centro hay una plaza. En ella solo una gran calesita luminosa llena de oro, plata y diamantes. Al verla los habitantes suspiran. Sus corazones se aceleran. La calesita “decepción” como le llaman, gira muy rápido, demasiado. Gira tan rápido que detenido a un costado solo puede verse el brillo de sus artefactos pero no se logra distinguir con claridad que cosa es.

Los habitantes de Villasistemia corren alrededor de “decepción” a toda la velocidad que pueden, e intentan agarrarse de algún lado para subir. La velocidad es tan alta que para casi todos significa chocar una pared que violentamente los expulsa. Ellos intentan una y otra vez en un viaje estéril hacia el centro de la nada. Solo intentar salir de ahí, los saca de ahí.

Los resignados les dicen a los que intentan, mientras se sacuden el polvo del golpe, que no podrán subir, pero ellos responden:

-Una vez “alguien” pudo-

Don “alguien” es un célebre habitante de estas imprósperas tierras. Y eso es suficiente para que todos sigan intentando.

Lo que no dicen es que cada vez que uno logra subir, inmediatamente “decepción” expulsa a otro que pasa a ser un nuevo habitante.

Los recién expulsados son quienes más corren, vienen con energía y la agotan girando y cayendo una y otra vez. Son ellos los que cuentan cómo es la calesita por dentro a quienes nacieron en Villasistemia. Les cuentan que en “decepción”, Las personas cambian de cuerpo para ponerse un pantalón.

Los flacos niños sin rostro aman escuchar esas historias. El optimismo es muy seductor y el pesimismo tiene fama de antipático.

Aman a Decepción a pesar de ser lo peor que les pasó, porque les enseñaron que sublevarse no les conviene.

Los nuevos excluidos y los viejos excluidos tratan de hablar con los niños para que no escuchen a los resignados, puesto que los consideran muy mala influencia.

“Decepción” nunca deja de girar y nunca aminora la marcha, al contrario, pareciera aligerarse minuto a minuto.

Villasistemia crece, mientras eufóricos giran sobre “decepción” sus habitantes. Desde arriba puede verse entre el polvillo que levantan los pies descalzos, grandes anillos humanos que hacen más grande a la calesita. La velocidad es menor en el centro. Solo unos pocos muy obesos que ríen a carcajadas cada vez que la calesita expulsa uno nuevo.

Desde un costado murmuran los resignados;

- Son los habitantes de Villasistemia quienes hacen girar la calesita sin darse cuenta.

FIN

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